Titulo así esta entrada de blog, porque es quizás una de las frases que mas repiten en consulta las mujeres que han pasado por una pérdida gestacional.
Madres que llegan a consulta llenas de dolor, con un corazón lleno de amor que no saben hacia donde dirigir, con lágrimas ahogadas, con palabras calladas. Transitando el duelo más difícil, la prueba más dura que les ha puesto su vida, cargadas de interrogantes, y empapadas de soledad.
«Sólo quiero poder expresar lo que siento sin que me miren como si fuera una loca»
«Sólo necesito decir que me duele, que se me rompe el alma, sin qu acallen mi dolor»
«Tan sólo quiero poder decir su nombre y que estén dispuestos a escucharlo y llamarle por él»
«Si alguien escuchara mis preguntas, si alguien me mirara a la cara y me atendiera, ya no pido que me entiendan»
Son solo muestra de alguna de las formas en las que estas madres expresan lo que sienten, lo que necesitan, lo que buscan.
No es necesario decir nada si no sabes que decir, no es preciso dar una respuesta si no la tienes, solamente se trata de ponerse delante de la persona, mirarle, escucharle, sentirla. A veces lo único que hace falta es sentir una mano amiga que toma la tuya, una mirada cercana que mira hacia donde miras tú… Empatía, o cuando menos, cercanía.
A menudo recibo a madres que se sienten obligadas a ahogar sus llantos, que unen su dolor a la mas extrema soledad, que no encuentran en sus cercanos ese puente que les una a la realidad, siendo su realidad un corazón roto y unos brazos deseando abrazar a quien nunca lo harán.
Frecuentemente recibo madres que se sienten en juicio, que se sienten en una carrera contrarreloj en la que el tiempo apremia y tienen que «volver a ser como antes»; cómo vuelvo a ser quien fui cuando la inocencia ha salido disparada por la puerta de atrás?
Con frecuencia recibo a madres en consulta que vienen cargadas de dudas, que buscan un por qué, una causa médica, una razón, una explicación que justifique lo inimaginable, lo que a veces es inexplicable; madres que me transmiten la queja de que aunque no se pueda saber, aunque no se pueda explicar, al menos les escuchen y validen su necesidad de buscar y seguir buscando esa respuesta que, posiblemente nunca encontrarán.
No son pocas las veces que recibo madres en consulta que relatan que aún y buscando ayuda, no la han conseguido, que ellas no necesitan un diagnóstico, una pastilla mágica, no necesitan que les quiten su dolor, tan solo que lo comprendan, y que les ayuden a transitar por él; luego, dicen, el propio dolor y ellas se recompondrán.
Profesionales, familiares, amigos, vecinos, sociedad en general, debemos estar dispuestos a oír ese grito ahogado, a escuchar sus palabras y atender y entender sus silencios.
Empatizar, que gran verbo cargado de significado, y que poco practicado.
Debemos estar dispuestos a comprender que el dolor no se acaba por ocultarlo, que no se marcha por negarlo, que no se vence por esconderlo; y, aunque el dolor sea incómodo, no sea siempre fácil de acompañar, no tengamos las respuestas, no encontremos las palabras… A veces, lo único que tenemos que hacer es ESCUCHAR Y ACOMPAÑAR.