Titulo así esta entrada porque es una palabra que se repite muchas veces en mi consulta.
Heridas en el cuerpo, pero aún más, heridas en el alma.
Heridas en el corazón, en lo más profundo, heridas que duelen pero con llantos ahogados, heridas que hacen daño pero que no se permiten una queja.
Heridas por lo que se soñaba y no pudo ser.
Heridas por lo que se esperaba y nunca llegó.
Heridas por lo que se planificó y no se cumplió
Heridas que no necesariamente se infringieron por negligencia, mala praxis o con intención.
Heridas que se produjeron porque a veces, hasta lo más natural se desvía de la normalidad.
Heridas porque los acontecimientos en ocasiones se precipitan.
Heridas porque a veces es necesario intervenir.
Heridas también porque no les escucharon.
Heridas que se producen cuando el respeto se va por la puerta de atrás.
Heridas que duelen, que escuecen, que no derraman una gota de sangre pero desangran el corazón.
Heridas que desgarran el alma.
Cuando una mujer alberga una vida, espera la llegada de ese nuevo ser como un momento feliz, prepara su recibimiento, se prepara para dar la mejor bienvenida a su bebé.
Pero a veces ocurre que nada de lo preparado puede ser.
A veces se produce una cascada de intervenciones, no siempre justificadas y hacen que la calma y la felicidad den paso a la angustia y la tristeza.
Hoy seguimos asistiendo a partos en que no se respeta la fisiología, con protocolos que no cumplen las directrices y recomendaciones de la OMS; con episiotomias rutinarias, con roturas de bolsa artificiales sin justificación, con oxitocina sintética que podría esperar (e incluso no llegar nunca) con separaciones que no tienen que ser.
Y dejan heridas…
Heridas profundas de las que es difícil recuperarse, porque no son validadas.
Heridas sangrantes de las que no se habla, porque no se permite ya que «al final madre y bebé están sanos».
También existen partos en los que el respeto prima, pero no son lo que la mujer había esperado, una gran prematuridad, un desprendimiento de placenta, un acretismo, un no progreso franco, una cesárea de urgencia, una atonía… Cambian un escenario de paz, por una vorágine de prisas, de incertidumbre, de miedo… Y dejan heridas.
Heridas en lo más profundo.
Heridas por lo que querías que fuera y no fue.
Heridas que no se comprenden.
Heridas que buscan respuesta.
Heridas que se reviven, que se sueñan cual pesadilla que noche tras noche reaparece…
Heridas que tienen llanto, que tienen voz pero que no se quieren escuchar.
Heridas que necesitan compañía.
Heridas que necesitan sanar.
Jesica Rodríguez Czaplicki
Psicóloga Perinatal. G2888