Veo a una mujer temblorosa, triste, abatida, con sus ojos llenos de lágrimas que quieren brotar pero no se lo permite.
Madre reciente, madre «feliz» o eso es lo que esperan todos y todas, tiene una niña sana y perfecta, que es «muy buena», apenas llora y duerme bien.
La lactancia marcha estupendamente, ni una grieta, ni un dolor, una magnífica producción de leche materna, y una ganancia de peso francamente buena en su bebé.
A ojos de todos, la situación es perfecta, todo va bien, todo es estupendo, no se puede pedir más…Pero a ojos de ella la realidad es diferente, se siente triste, se siente desbordada, piensa que no llega, que no podrá, se siente extraña, se siente incapaz, y entre todos estos sentimientos, se siente «robada».
Lo suyo fue un embarazo deseado, buscando y fácilmente encontrado, un embarazo de los que casi cualquier mujer desea, sin apenas naúseas, feliz, sin molestias.
Un embarazo que vivió se forma consciente, en el que leyó, se preparó, que disfrutó. Imaginó mil veces su parto, mil y una lo soñó, visualizó la llegada de su hija, acarició el momento, compartió con su pareja sus dudas y sus aprendizajes, sus necesidades y sus ideas,…, todo estaba valorado, preparado, todo estaba planificado.
Se movió buscando la mejor forma de preparar su cuerpo, buscó el mejor lugar para recibir a su bebé, se confrontó con algunos cercanos por sus decisiones, pero consiguió el respeto de todos.
Y llegó el día esperado, el día en que recibiría a su hija,…, ese día con el que soñó, ese día que vivió en su mente. Las contracciones suaves le despertaron y con ellas se mecía y mecía la vida que llegaba, las saboreó, las abrazó, cada una la acercaba a la cita más importante de su vida.
Todo preparado, un plan de parto, una seguridad en ella, una confianza en su pareja y una certeza de que su bebé sabría transitar el camino hacia este lado de la vida.
Pero algo se torció en algún momento, dice no saber cómo ni cuándo, solo que el dolor la podía, y pedía analgesia, analgesia que no recibía, porque ella pedía un «parto natural», resultó que quería acostarse y le decían que se moviera, resultó que pensaba que tendría intimidad y se encontró en una habitación llena de gente, resultó que había escuchado sobre las exquisitas formas, y se encontró palabras frías, distantes, a veces hasta hirientes. Resultó que creía que sería acompañada y de pronto se vió juzgada… Y entre tanto, su hija peleaba por llegar a este lado de la vida, le costaba cada vez más, y ella no se sentía capaz de ayudarla, no tenía fuerza, y parecía que a ese bebe también se le acababa, así que finalmente, su parto natural, se tornó en una cesárea.
Y las dos estaban bien, y las dos estaban sanas, pero ella tenía una herida más grande que la de la cirugía, su herida estaba en su alma.
Y pasó que sintió como le volvían a juzgar, pero ahora ella también se juzgaba, pasó que dejó de valorar su esfuerzo, su fuerza, para sentirse fracasada.
Pasó que hoy llora y se siente sola, pasó que todos le dicen que debe estar feliz y ella no siente nada,…
Como pueden llegar a chocar como dos trenes las expectativas con la realidad, como lo soñado puede ser tan diferente de lo vivido, como una palabra a destiempo, un no comprender, un no saber dar la mano, puede alterar tanto el resultado.
Ahor toca que deje brotar esas lágrimas, que consignar no tener que perdonarse por algo de lo que no es culpable, ahora toca caminar y recomponer.
Ella es una, pero es muchas a la vez. Una madre, que comparte historia con tantas que duele…
Todos los que trabajamos con mujeres, madres, no debemos olvidar que sobre todo están sus necesidades, y que las circunstancias en un solo segundo pueden hacer que se cambien todos los planes.
Y que todo depende del cristal con que se mire, pero no sólo el cristal que use cada persona, si no el cristal que cada uno use en cada momento, y las circunstancias nos llevan a lo que en cada instante es.
«Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos.»(Heráclito)
Jesica Rodríguez Czaplicki
Psicologa Perinatal g 2888